jueves, 31 de marzo de 2011

RENTABILIDAD EMOCIONAL EN LA EMPRESA

Todo lo hacemos es para sentirnos mejor, pero no siempre lo que hacemos nos hace sentir bien.

Esta afirmación es una obviedad, pero si bien “sentirnos bien” es siempre el objetivo, pocas veces acertamos en la estrategia y en la táctica utilizada para conseguirlo.

En el mundo empresarial, suele ponerse en el objetivo último el beneficio económico y muchos empresarios se ven, con el paso del tiempo, atrapados en una dinámica dirigida exclusivamente a aumentarlo más y más. Sin embargo, aunque realmente lo consigan, en realidad no se sienten mejor. Muchas veces incluso pueden sentirse realmente peor, por la presión continua a la que se someten en pos de aumentar la facturación, teniendo que “batallar” continuamente  con la competencia, controlando al personal para que no disminuyan su rendimiento, aumentar la inversión para conseguir un crecimiento continuo e incrementar así los beneficios, etc.

Al final la empresa puede convertirse en un monstruo que engulle al propio creador, el empresario y éste se va enajenando de lo que realmente importa en la vida, reduciéndose todo a unos cuantos conceptos económicos como rentabilidad, ahorro, eficiencia, beneficio fiscal, cuota de mercado, etc.... olvidando aquellos otros que realmente nos hacen sentir mejor, como ilusión, motivación, amistad, salud, satisfacción, etc.

Cierto es que una empresa debe generar ingresos para poder seguir funcionando, creando bienes y puestos de trabajo. El capital es su sangre, sin ella, la empresa muere. Con estos ingresos se pagan los costos y los salarios, se invierte en la ampliación, crecimiento y modernización, así mismo se reparten los beneficios entre los accionistas y de ellos vive el el empresario, pero no es menos cierto que esto no garantiza que realmente nos sintamos mejor.

Por eso creo que hay que pensar de forma diferente. Debemos diseñar empresas que prioricen las emociones. Que el trabajo en ellas produzca grandes dosis de ilusión, tanto en los empleados como en los empresarios o accionistas, que disfruten haciendo lo que hacen, que se sientan satisfechos y orgullosos  de lo que están produciendo o creando o construyendo, y de tener un compromiso social, de lo  que aporta a la sociedad en la que estamos, queramos o no, inmersos y que por ende, también revierte en los propios empresarios y empleados, aunque ello sea a costa disminuir los beneficios económicos, pues solo así conseguiremos una alta rentabilidad emocional.

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